Para su construcción hubieron de darse una serie de condiciones favorables vinculadas a cuatro figuras clave. En primer lugar, encontramos a un poderoso mecenas, Francisco de los Cobos y Molina, que fue el secretario personal de Carlos V. A continuación, está el ideólogo de gran formación intelectual, Fernando Ortega. Además, hizo falta un escultor habilidoso, Esteban Jamete, para plasmar con sorprendente dramatismo el programa iconográfico. Y, finalmente, el genio de un arquitecto único, Andrés de Vandelvira, capaz de materializar a partir de 1940 el proyecto concebido originalmente por Diego de Siloé. Este templo funerario supuso un punto de inflexión en la carrera de Vandelvira convirtiéndole en uno de los mejores y más prolíficos arquitectos del Renacimiento español.
PLANTA Y ORGANIZACIÓN ARQUITECTÓNICA: Siloé conjuga en la planta una grandiosa y simbólica rotonda de forma circular, inspirada en el Santo Sepulcro de Jerusalén, y un rectángulo que forma una nave longitudinal que recuerda a las basílicas romanas.
La parte basilical está dividida en tres tramos cubiertos por bóvedas vaídas y decoradas con falsos nervios. Cada tramo está delimitado por columnas corintias de orden gigante sobre pedestales que albergan capillas-hornacinas entre sus contrafuertes. En las capillas había esculturas, reliquias, orfebrería y pinturas mayoritariamente procedentes de Italia donadas por su fundador que, o bien fueron destruidas en la Guerra Civil o trasladadas a otros lugares.
A los pies del templo, la tribuna del coro alberga el órgano neoclásico de Francisco Javier Fernández, y en la misma se disponían dos sillerías que se conservan parcialmente: la del coro alto tallada por Blas de Briño en nogal y la sillería baja, tallada por Antonio Medina.
Sorprende la grandiosa reja de Francisco de Villalpando fundida en 1555 utilizada aquí para delimitar el espacio basilical del sepulcral. La rotonda, símbolo de la muerte y la eternidad, alberga tres capillas. Destaca la capilla central donde se conserva la parte central del retablo de la Transfiguración de Cristo en el Monte Tabor, atribuido a Alonso de Berruguete (1559) y restaurado por Juan Luis Vasallo. El baldaquino barroco es una obra del siglo XVIII de García Pantaleón. Entre las piezas de enorme valor custodiadas, seguramente la más comentada sea un San Juanito esculpido en mármol y atribuido a Miguel Ángel, aunque también hay piezas de Pedro de Zayas y Antonio de Medina. Una cúpula de casetones con pinturas de ángeles rococó y decoración en rocalla cubre la rotonda y la remata en una pequeña linterna central.
La Sacristía
Junto a la Capilla Mayor, se abre la sacristía a través de un arco en esviaje, flanqueado por canéforas que apoyan sobre jarrones decorados. Proyectada por Vandelvira, el Deán Ortega fue su promotor iconográfico y Esteban Jamete su artífice. La sacristía, que tiene planta rectangular, se estructura en tres tramos cubiertos por bóvedas vaídas. En su programa decorativo se incluyen tondos con bustos masculinos y femeninos que representan las pasiones, cariátides y atlantes ataviados a la manera hebraica, oriental y grecorromana, sibilas, figuras con la heráldica de la familia y ángeles apocalípticos.
Portadas
La portada principal, la mayor parte realizada por Jamete siguiendo las directrices de Fernando Ortega, es de las más simbólicas del plateresco español. En ella se establece un rico diálogo entre la muerte y la resurrección a través de referencias al Antiguo y Nuevo Testamento y la Antigüedad Clásica.Presenta tres cuerpos, entre contrafuertes, rematados con frontón triangular y dos torres pequeñas a los lados. Al fondo se atisba la torre campanario con cúpula bulbosa.El primer cuerpo fue trazado por Siloé inspirado por la Puerta del Perdón de la Catedral de Granada. Tiene forma de arco de triunfo simbolizando las victorias de Carlos V. Entre las columnas corintias, hay cuatro hornacinas vacías. Y, en las enjutas del arco se sitúan la Fe y la Justicia acompañadas por ángeles. En el intradós aparecen representados los dioses del Olimpo y en la clave se ubica Cupido como símbolo del Amor. Detrás de las columnas aparece una rica decoración de grutescos, guirnaldas, trofeos militares y calaveras. Se disponen simétricamente tres tondos a cada lado, personificando los de la izquierda a Francisco de los Cobos, Julio César y un Emperador del Sacro Imperio; y los de la derecha a María de Mendoza, Santa Isabel y Santa Helena respectivamente. El segundo cuerpo tiene un alto relieve con la advocación de la capilla, la Transfiguración de Cristo en el monte Tabor, flanqueado por las esculturas de San Pablo y San Andrés. Y, finalmente, en el tercer cuerpo se dispone una triple ventana serliana que alude a la Santísima Trinidad, rematada con un frontón triangular. En los laterales de la puerta aparecen dos magníficos grupos escultóricos con tenantes que llevan el escudo de los Cobos y los Mendoza.
El Salvador tiene otras dos portadas triunfales diseñadas por Vandelvira y esculpidas por Esteban Jamete. La portada norte está dedicada a Santiago (el mecenas era caballero de Santiago) y la portada sur, a la Caridad. Merece la pena detenernos en el frontón triangular de esta última, que contiene la caridad y está flanqueado por una figura con la cruz y otra con las Tablas de la Ley. En el vértice central hay un Niño de Resurrección. Según Joaquín Montes, esta portada tiene una correlación dialéctica con la portada del lado norte y transmite un discurso judeoconverso que se reflejan con las figuras del vértice del frontón: la Religión Cristiana (la figura que abraza la cruz), la Religión Hebrea (la que sostiene las Tablas de la Ley) y la Salvación (el Niño de Resurrección).
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